Por Ayari Lüders
"Todo el Valle de México de colores se cubre
y hay en su poesía de otoñal primavera
un largo sentimiento de esperanza que espera"
Carlos Pellicer, Discurso por las flores.
Debajo de modernos edificios y distribuidores se extiende la antigua y fantástica Ciudad de México. Cada año incontables turistas se anegan, en ella, de la cultura y formas de un México perenne. Visitan la ciudadela y otros mercados de artesanías queriendo llevar con ellos la mágica combinación de colores que sólo existe en México porque saben que aquí se inventó el color: a causa de la basta riqueza natural hasta la televisión de Guillermo González Camarena.
En tiempos ancestrales se construyó esta ciudad donde habría imaginado: sobre un conjunto de lagos, tres de ellos (Texcoco, Zumpango y Xaltocan) sorprendentemente de agua salada en el pleno centro del país. Ahora, sobre el antiguo suelo de chinampas hemos construido enormes edificios, cada vez más cercanos al cielo porque la tierra nos ha quedado corta.
En los últimos setenta años la ciudad a crecido diez veces más. Los antes pueblos foráneos se han convertido en las colonias más vitales. Los antiguos trenes fueron suplantados por trolebuses y peseros. La Ciudad de los Palacios, llamada así en el siglo XIX por Alexander von Humboldt, se adorna con el estilo barroco, neoclásico, art déco, art nouveau, gótico, minimalismo y ahora edificios inteligentes y los eco rascacielos. Todo en el mismo lugar, al mismo tiempo como para demostrar físicamente que todo es posible en la ciudad que le dio nombre al país que el mismo André Bretón llamó surrealista durante su visita en 1938.
Quizás la polaridad de realidades es el mayor atractivo del DF. La capacidad de adaptar forzosamente cualquier idea, cualquier edificio en cualquier punto de la gran urbe. La posibilidad legal o ilegal de realizar. Una ciudad llena de normas incumplidas. Un anarquismo oculto, disfrazado, ingenuo tal vez pues todo acto queda eclipsado por los altos decibeles de las construcciones y el tráfico lo que permite que se cometan delitos impunes pero también cualquier otro acto. Aquí todo desaparece. ¿No es esta una ciudad mágica? Aquí se le teme más a un policía que a un delincuente, más a un padre de iglesia que a los antiguamente llamados "roba chicos". La inseguridad establece ya parte del sistema. El terror social y de Estado manejan al capitalino. Pero con inseguridad no sólo me refiero a la delincuencia. Me refiero a la falta de lógica social sistemática. El imposible posible psicotiza a los defeños pero, también, la incongruencia vital es parte de nuestra cultura. Es nuestro empuje. Lo que nos permite avanzar. Porque a los mexicanos nos gusta la fantasía, la necesitamos. Octavio Paz escribe en su ensayo El Pachuco y otros extremos: "Los mexicanos mienten por fantasía, por desesperación o para superar su vida sórdida". La fantasía, la magia nos define, nos identifica.
El Distrito Federal es aquel lugar donde puede suceder cualquier cosa. La pista de hielo más grande del mundo en donde hace más de cincuenta años no cae una helada. La torta más grande del mundo en una ciudad donde por lo menos 15 mil niños sufren desnutrición. Récord en el mayor número de personas besándose simultáneamente en una de las ciudades más violentas del mundo. Esto es la Ciudad de México. Esto representa a México en el mundo. Es la ciudad globalizada, cosmopolita, que crece, que no descansa, la ciudad cultural, ecológica, con la casa de bolsa más grande Latinoamérica, octavo lugar entre las ciudades más ricas del mundo esperando para el año 2020 ser la número uno. Pero también es el México violento, contaminado, corrupto, pobre, aglomerado. La actuación del narcotráfico ha provocado en los últimos años la emigración a la capital. El crecimiento urbano desborda las tasas de natalidad y población. Y reduce las de seguridad social y alfabetización.
Datos de la INEGI arrojan que ahora es el Estado de México el lugar más poblado del país. Sin embargo, la entidad federativa con mayor densidad poblacional sigue siendo la llamada Ciudad de la Esperanza con 5 920 hab/km2 lo que supone ocho veces más que su estado vecino. Pero no podemos minimizar el hecho de que un alto porcentaje de mexiquenses trabajan el el Distrito Federal. Una de las razones por la cual la competencia laboral es cada vez más disparada. En la capital el grado académico es hasta el primer año de bachillerato, casi el doble que la media nacional. Pero es una ciudad llena de profesionistas que no ejercen. Porque en una monstruosa ciudad que necesita más de todo no hay trabajo. Aquí nadie es necesario sino que estorba, no a uno, sino a millones. Se debe ser dinámico y vivir velozmente porque la modernidad es imparable. Actualmente millones de extranjeros vienen a la capital de México en busca de fortuna. Y muchos lo logran. Casas productoras, agencias de publicidad, restaurantes de las más lejanas cordenadas crecen en la capital.
No hace falta dormir en la ciudad porque sobran bares y antros. Pero faltan hospitales y escuelas. Uno se sube a un taxi sin placas, sin permiso para conducir pero que circula. Uno utiliza un metro que se dice descompuesto pero avanza. Uno viaja 90 km fuera de la capital pero salir de ésta te toma dos horas. Si, de ésta también cuesta trabajo salir. Ahora los defeños buscan vivir en Querétaro, Tabasco y Guerrero. Pero regresan, siempre regresan. Porque uno se acostumbra a la velocidad detenida en el tráfico. A las noches iluminadas en las colonias ostentosas y a la obscuridad del olvido en las regiones conurbanas a plena luz del día. A los extensos cauces de cemento del D.F. que se alimentan por millones de historias obstaculizadas, paralizadas, apretujadas unas entre otras.
En esta ciudad con tantos límites, bloqueos gubernamentales para el desarrollo de la economía familiar. Siempre se encuentra la manera. Carlos fuentes en La región más transparente anota: "En México no hay tragedia, todo se vuelve afrenta". Para los defeños no hay suficientes obstáculos. Sabemos que siempre hay manera, con dinero o sin él, la Ciudad de México es la plataforma perfecta. Esta es la ciudad de lo imposible posible.
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